Curaduría y texto de exposición: Gaby Cepeda
Esta exhibición es sobre la repetición y el fracaso, sobre el ciclo sisífico de prueba y error que constituye tanto la experiencia univer- sal de la performance de la adultez, como la de una vida consagrada al arte: los riesgos y los triunfos, la vergüenza y la osadía, el síndrome de impostor contra el síndrome de main character. La obra aquí le da forma tanto al corpus del artista como a su propia identidad, y viceversa, ambos ejercicios emparentados, reflejados, duplicados en una serie de objetos, íntimamente ligados, que se desdoblan en el espacio en ‘momentos’ que evidencian el vínculo, el artificio: la ficción de nosotros mismos que desbordamos en el arte, y las simulaciones del arte que nos invaden y enajenan desde el primer contacto.
La exposición tiene un centro, El otro protagonista de la noche (2025), una serie de dieciséis viñetas de video que alegorizan ese arco tan común de la narrativa hollywoodense, el coming-of-age, el camino pavimentado de ansiedad e inseguridades que supuestamente lleva a la adultez. La negociación entre sinceridad y performance que le da forma a la serie arranca con ‘applause’, el balance ries- goso del cuerpo entero sobre un divisa escasa, frívola y antojadiza; le sigue ‘dream’ uno de varios encuentros con el yo que es otro, la rivalidad y la comparación, el enemigo en el espejo. Los pasajes son simples y artificiales, experiencias sintetizadas en símbolos: Chiquidrácula, Michael Jackson, la masculinidad mainstream (tóxica pero seductora), la desobediencia vestida de traje, las más- caras de payaso, de sensible, de rebelde, de formales y decentes que todos nos hemos tenido que poner. Los títulos progresan en una narrativa que insiste en la ilusión de estabilidad y balance (una de cal por una de arena), pero terminan por revelar un mecanismo que se dedica a refinar sus métodos para hacernos caer.
Las preocupaciones previas de López Llamas—la lógica individualista que apuntala tanto la patologización fármaco-obsesiva de las personas que somatizan la disfuncionalidad del mundo, como nuestra reverencia por los genios locos y únicos del arte—aún resuenan en su práctica, pero hoy han abandonado el enfoque puramente biográfico por uno más amplio, encaminado hacia los arquetipos, hacia lo general que se destila de lo híper-personal: las visualidades encarnadas de la masculinidad, el brillo reitera- tivo de la celebridad, los ociosos recorridos de la propia psique plagada de recuerdos pegosteosos de la adolescencia, los momentos canónicos de la cultura pop, de las imágenes que nos educan, nos interpelan, que nos humillan y nos empoderan al mismo tiempo.
Si bien explora nuevos parajes psicológicos, López Llamas no se aleja de la pintura, aunque sí busca exceder sus límites en los excesos, en la indisciplina de la representación pictórica: está ahí en la serie de videos, en su manejo cuidadoso del color, en la composición cinematográfica via pictórica de los encuadres; está ahí en la serie de esculturas esparcidas en el espacio, réplicas idénticas, pintadas a mano, de los accesorios del artista, de sus props, herramientas, materiales, vestuarios y vicios; y sin duda está allí, aunque en un estado casi de torpor, en las pinturas que también reflejan, imitan, lo que los videos explotan. La pintura-pintura está aquí como trasfondo, no sólo como background, sino como esas imágenes mentales intrusivas, que saben esperar su turno en la bodega de nuestra memoria.
López Llamas ejercita eso que el autor Alan Dale describe como “el colapso de la dignidad del héroe” en las rutinas de la comedia slapstick, las caídas exageradas y reiterativas, los cachetazos inesperados—el pathos de la payasada. Y usa el video en un formato que evidencia su bagaje millennial: las retransmisiones de los sketches de comedia 80era, los segmentos brutales de jackass, la es- tética híper-refinada de los videoclips—ambos productos dosmileros de MTV—, y el aceleramiento cognitivo de TikTok, la freidora de aire de nuestra capacidad de concentración. El artista celebra y abraza estas dos vertientes, el reírse del infortunio que implica saberse una mezcolanza de referencias comunes, masivas, asimiladas por todos; la disolución de la unicidad, del mito de ser especial, de la meritocracia que nos espera al final del túnel. La madurez y la identidad—personal y artística—como el resultado de este infeliz, pero revelador proceso de prueba y error, de aplauso y ridículo.