Mano Penalva es un artista que recorre las calles. Si bien su estudio localizado en la región central de São Paulo es el laboratorio que le permite fusionar y reordenar cosas y enunciados que nunca antes se habían sometido a diálogo, es justo en el espacio entre su estudio y el mundo donde yace el corazón de su producción. Un viaje en taxi puede ser el detonante de una nueva serie al igual que un paseo al mercado popular, una conversación con un vendedor ambulante o una observación reflexiva de las envolturas o los botes de basura. Caminar es su forma de volcarse a la escucha de lo que dicen las cosas. Volver al estudio es su manera de hacerlas hablar.
En Cama de gato, su primera exposición en LLANO, presenta los despliegues más frescos de su investigación, el juego, el trabajo y la imaginación política establecen acuerdos variados, entremezclados con un sinfín de significados simbólicos y mediaciones materiales. El artista dialoga sobre todo con las cuentas de madera que cubren, en diferentes composiciones, los asientos de los vehículos que conducen los choferes profesionales en Brasil y en varias partes del mundo. Además del atractivo estético explícito, los respaldos de cuentas de madera ayudan a mantener una buena postura, al tiempo que activan la circulación sanguínea por el masaje que brindan y favorecen la ventilación entre el cuerpo y el asiento en aras de la comodidad. Es, en síntesis, una tecnología del conocimiento popular que responde a la precariedad de estos trabajadores desprovistos de toda regulación jurídica, sometidos a jornadas de trabajo exhaustivas que condicionan sus cuerpos a coreografías viciadas. Irónicamente, estos respaldos alivian el daño de dichos excesos y maximizan su productividad, algo que los convierte en ayuda y en obstáculo a la vez.
Mientras que en producciones anteriores, como las series Ventana, Alpendre y Tudo Passa, el material era tratado en un diálogo más directo con los léxicos de la casa y de la arquitectura, ahora las cuentas de madera adquieren nuevas configuraciones en interacción con tejidos utilizados para tapizar coches de diferentes estilos, lo que marca un nuevo momento en el trabajo del artista. Además del primer contraste entre el aspecto artesanal y duro de la madera y el carácter sintético y blando de las telas, Penalva explora composiciones con los contornos gráficos y la geometría lírica acentuada, mismos que dialogan con una serie de signos de diversos imaginarios culturales. Frente a ellos, podemos identificar símbolos de naturaleza afrodiaspórica vinculados a los orixás del Candomblé, ojos griegos, yin-yangs, car- acoles, flechas y vectores que a veces nos recuerdan a colguijes y amuletos que brindan no sólo protección y dimensión ritual, sino también identidad a estos vehículos y a sus propietarios. La presencia de ojales y anillas (que permiten al público intervenir y reconfigurar estas composiciones al recordar el baile de líneas presente en una cama de gato, como se llama al juego del cordel en Brasil), afirma el rasgo ornamental de estas obras y su interés por el adorno como recurso para producir singularidad. Sus hilos son como rosarios y collares, telas de araña entre lo sagrado y lo profano, mientras que sus títulos cosmológicos buscan suspender y superar la cotidianidad del trabajo, la banalidad de lo tapizado, para proyectarnos hacia arriba, la esfera misma de los sueños y las utopías, al territorio del futuro.
Sin embargo, como es habitual en la producción del artista, estas discusiones se insinúan de forma dialéctica o, mejor dicho, polifónica. Penalva prescinde de las enunciaciones totalitarias y unívocas que podrían apuntar a efectos de conclusión moral y, en su lugar, aborda el problema produciendo una intervención prismática, un trenzado de rela- ciones de diferentes escalas, desde lo macro a lo micro; y es en este contexto donde las cuentas de madera adquieren connotaciones distintas. En A Caça (La Caza), la sustitución de la piel de caza por el respaldo de cuentas teje un elogio del trabajo y lo coloca como trofeo —como en la máxima weberiana, “el trabajo dignifica al hombre”— o, en una perspectiva más perversa, coloca al propio trabajador como presa. En Camas, por el contrario, las bolitas que servirían para maximizar la producción de un cuerpo hábil en la repetición de gestos hacen las veces de una invitación para que los espectadores descondicionen su postura en el espacio expositivo, cambien la posición vertical por la horizontal y experimenten, ellos mismos, una lúdica cama de gato. El imperativo de la visión da paso al deseo de explorar el mundo con todo el cuerpo y afirmar valores reacios a la productividad conmensurable. Creo que son obras oportunas para reflexionar sobre el modo en que el arte se ha consumido como capital cognitivo, engullido por un consumo rápido y excesivo de datos y narrativas y, simultáneamente, atravesado por la dificultad de proyectar significados simbólicos más colectivos para el presente (después de todo, ¿por qué nuestro tiempo ––marcado por la profusión y la eficacia técnica de las imágenes–– es también el tiempo de una crisis de la imaginación?). Las camas no dicotomizan la relación entre experiencia e información, porque su episteme es epidérmica. Si bien están constituidas por las discusiones socioculturales señaladas anteriormente, también nos llaman a conjugar la dimensión simbólica con la dimensión real, la representación con la experiencia, algo vinculado a cierta tradición del arte brasileño interesado —sobre todo desde sus programas constructivos de los años cuarenta y cincuenta— en explorar el potencial político de propuestas más abiertas y experimentales destinadas a producir una conciencia corporal capaz de negociar entre lo individual y lo social.
También hay Camas de gato, que refuerzan el interés del artista por lo lúdico como forma de poner a prueba las relaciones sociales, el juego como operación a la vez política y poética, recurso de experimentación y oxigenación del lenguaje. En el caso concreto del juego en cuestión, dos personas manipulan un cordel para explorar formas y tramas secuenciales, cada una a partir de la anterior, lo que aumenta su nivel de complejidad. Es una dinámica que implica tanto cooperación como competencia, una especie de metáfora del juego social. En cada etapa, la línea trazada sugiere principios de figurabilidad que reciben nombres variados, según su contexto cultural (cuna, vela, camino, entre tantos otros…) y funcionan como diseños espaciales provisionales, ejercicios de imaginación a punto de reconfigurarse. Lo que hace Penalva, a su vez, es recomponer, con cuentas de madera, algunas de estas figuras a escala agigantada y sustituir la dimensión doméstica de la mano por la confrontación del cuerpo con el espacio. Para quienes conocen el juego, estas composiciones suelen desencadenar recuerdos infantiles y afectivos y hacer referencia al propio acto físico. En cierta medida, hablamos aquí de un elogio de la mano que especula y forja realidades, mide el espacio y llena la naturaleza de fuerzas propositivas. El juego, al igual que la práctica artística, es capaz de transformar las cosas simples en experiencias dotadas de potencialidad simbólica al proponer nuevas perspectivas sobre el mundo y sus tensiones.
En conjunto, Cama de gato explora las disputas simbólicas contenidas en los materiales y ejercicios estéticos cotidianos y la construcción del conocimiento formal en contextos no eruditos. Entre la dimensión técnica y la discusión sociocultural, cabe decir que Mano Penalva apuesta por la aireación de los sentidos para permitirnos estirar, quizás, los horizontes negociables de lo posible.
Texto: Pollyana Quintella